sábado, 26 de septiembre de 2009

¿Tu cocina o la mía? o Las 69 maneras de cocinar a una princesa muerta

¿Tu cocina o la mía?

Una pregunta simple a un tema complejo.

Claro, una pregunta trasnochada y muy probablemente de una absoluta vulgaridad, pero en dicho momento fui incapaz de pensar en una mejor. Echémosle la culpa a los nervios mejor.

La conocí en un foro de cocina. Ella escribe allí recetas pornosoft y yo, bueno, siempre he escrito mis cuentos eróticocuilinarios. Dios los cría y el Diablo los junta. Su avatar mostraba la foto de una mujer de abundante cabellera con unos ojos alucinados en un menudo y musculoso cuerpo. Una princesa encerrada en su torre. Nada más excitante que una princesa encerrada en su torre para un caballero cocinero postmoderno como yo. Imposible el resistirme a la tentación. Así que me armé de mis cuchillos, cucharones y ollas, y le dije: -- ¿Tu cocina o la mía?

Una pregunta bien simple, de respuesta bien difícil.

Si es en la cocina de la princesa está la ventaja de poder levantarme e irme sin más, y sin lavar los platos, ollas y ordenar todo, en caso de que me aburra. Si es en mi cocina, ¿cómo la echo si se pone pesada? Pues las más torpes suelen ser las que nunca se dan por aludidas.

Una pregunta muy simple, de respuesta bastante compleja.

¿Qué pasa si ella es una loca? Está claro que están todas locas pues es una cualidad de su género, pero, ¿y si lo está de verdad? ¿Patológicamente loca? ¿Una loca de esas que desayunan su clonazepam diario y que no se acuestan sin su dosis de litio? ¿Una loca asesina que seduce hombres para faenarlos, cocinarlos en su cocina como lechones asados y después comérselos? Claro está que podría ser al revés, y yo ser el loco de remate. La podría seducir en mi cocina, besarle tiernamente, luego apasionadamente, morderle un labio, probar su sangre, probar la carne de su labio, como coqueteo previo antes comérmela cruda y viva, literalmente, como 刺身 (sashimi) luego de rebanarla en finas lonjas con mi 刀 (katana) especial de 服部 半蔵 (Hattori Hanzō), obviamente vestido con mi 着物 (kimono) ceremonial para la ocasión. Las tentaciones pueden, y suelen, ser comestibles.

La princesa de la bella cabellera resolvió el acertijo -- Y para terminar el claro... eso de ¿su cocina o la mía?... reconozco que preferiría terreno neutral, por lo tanto, espero que -ojalá- encuentres por ahí un lugar en donde alquilen cocinas, para poder reunirnos en alguna.

Y aquí me ven Uds. buscando una cocina neutral para perpetrar el crimen de la princesa muerta en nuestra primera cita a ciegas.

Por ahora, las opciones, en La Menor, para una cocina neutral son:

i.- La cocina se dibuja con una cinta blanca en el verde pasto del Parque Forestal. Bien dispuesta la cocina, el cocinero saca el canasto con el picnic y procede a cocinar los sangüiches ya preparados. Debe de realizarse un día de buen tiempo. La víctima fallece producto de la sobredosis de hormigas, tal como lo predijo Cortázar en Roma.

ii.- El cocinero se consigue prestada la cocina de alguno de sus familiares cercanos o de alguna de sus amistades granadas y procede a practicar su arte frente a la víctima que recién en su último sorbo, y suspiro, se percata que el problema no es la cocina sino el cocinero asesino.

iii.- En un jardín de una casa, digamos un ante-jardín, a la vista de algún representante del desorden público, el cocinero procede a conectar mediante un largo cable eléctrico un sartén eléctrico y pasa a preparar una delicada y secreta receta francesa para la víctima, que habrá de esperar a estar completamente llena para, por un lamentable descuido del cocinero, morir electrocutada. Después de dos años de juicios el cocinero es declarado inocente y recibe una inmensa indemnización de Chilectra. La misma historia se puede preparar con recetas chinas quedando el asesinato (i.e. hace sinato, cuya raíz es sino, el prefijo de los chinos) con un leve dejo a misterio oriental.

iv.- El cocinero lleva a su víctima a un motel elegante de la ciudad, digamos el Hotel Valdivia, provisto de un gran jacuzzi, en el cual pone a remojar a la víctima, mientras la rellena de champagne, petits bouchets, y la deja ebria de felicidad sin que ella se dé cuenta de que el jacuzzi es una olla gigante y el cocinero se la está sorbiendo delicadamente, y completamente, en la exquisita y gigante sopa de huesitos. Nunca se encontró rastro alguno de la víctima.

v.- El cocinero convence a su víctima de estar acompañada de una o dos chaperonas, de buena figura de preferencia para que la receta quede mejor, mientras él practica su arte en la cocina de la víctima con los ingredientes de la víctima y bajo la atenta mirada de la víctima, que no se percata del puñal clavado entre sus dos omóplatos por una de sus chaperonas celosas. Comerá la cena, exquisita, sin percatarse del percance y sólo a la mañana siguiente su cuerpo muerto le dará la noticia.

vi.- El cocinero se encuentra con la víctima en el Metro Escuela Militar, se sientan en el suelo, frente a frente, ante la atónita mirada bovina e indiferente de los ausentes. El cocinero saca una caja plástica con 寿司 (sushi) preparado de antemano, y los dos proceden a comer con sus dedos juguetones de coqueteo linguolabial. Todos mueren producto de un descarrilamiento del vagón.

vii.- Gracias a sus contactos con el Frente, el cocinero se consigue una casa de seguridad de la organización que ahora sirve de casa de paso para amantes ocasionales, escondida tras las instalaciones de la Maestra Vida, y procede a realizar un apoteósico tagine de cordero a la papaya que llenó de su fragancia todo el barrio producto de la explosión de gas de la vieja cocina que mató a todos los bailarines y bailarinas, además de un flaca víctima y un pobre cocinero, que quedaron esparcidos en pedacitos sobre los cuerpos agonizantes de tanta negritud caribeña llena de ritmo y vitalidad, regados como cangrejos muertos en la playa tras una tormenta nocturna...

viii.- El cocinero lleva a la víctima a Los Molles en donde ambos se visten de buzos, con aletas, botellas de aire comprimido y toda la parafernalia requerida, se suben al bote y el botero los lleva sobre La Catedral en donde ambos se zambullen en el abrazo de las frías aguas del Pacífico. Como a los 35 metros de profundidad el cocinero encuentra unos erizos, los toma en su mano uno por uno, y con su cuchillo los abre, y va sacando las preciadas lenguas con sus dedos, para dárselas en la boca de la princesa submarina, la cual por falta de experiencia en el juego, se trapica, entra en pánico y termina ahogada. Accidente de buceo dictaminará el juez.

ix.- El cocinero soborna un sábado por la noche al guardia de la Torre ENTEL, logrando subir hasta su punta con una mesa con mantel, dos sillas, un florero con una rosa roja, cubiertos para dos, y una helera con la cena, Langouste Glacée, además de varias botellas de Chablis. Él va de smoking y ella de vestido largo. Cenan mirando las luces de un Santiago a sus pies y se dejan embriagar por las lentejuelas del vino y de la noche. La princesa se tropieza y cae desde lo alto de la Torre ENTEL, sobre la dura realidad del granito. El guardia es condenado por homicidio en primer grado mientras que el cocinero recibe un plan de conectividad ilimitada ad eternum como cortesía de la compañía.

x.- El cocinero arrienda un velero, el Saint Paulis, y con la princesa por todo equipaje navegan hacia la isla de Juan Fernández, en donde apenas llegado el cocinero se tira al agua y al poco tiempo saca una bella langosta hembra de unos ochocientos gramos. En una fuente la parte en dos para así preparar su famoso plato de Langosta a la Suiza, en una parrilla en el puente del Saint Paulis. Después de degustar la langosta, y beber un número no determinado de botellas de Viognier, ambos bajan a dormir la siesta, mientras que por culpa de una ocasional ola más fuerte que las anteriores, la parrilla se da vuelta, iniciando un incendio que consume completamente al velero en alta mar. El misterio de la desaparición del cocinero con la princesa sigue intacto y se han filmado varias películas sobre las distintas teorías de su trágica desaparición.

xi.- Con una pequeña parrilla portátil el cocinero se instala en el techo del apartamento de la princesa y procede a preparar una de sus recetas más emblemáticas, con la cual ganó cierto concurso importante, en alguna parte de Europa, conocida mundialmente como Codornices Rellenas al Palo. La víctima degusta cada uno de los suculentos huesitos de las codornices pero, en un arrebato de gula, muere atragantada con la herramienta del cocinero.

xii.- Subiendo la montaña fueron, princesa y cocinero, subiendo por la ladera blanca del sagrado volcán, la princesa primero, abriendo camino, el cocinero atrás, cuidando los delicados riñones de la princesa. Cubiertos, él de su poncho, ella de su chamal, subiendo la montaña fueron. Paso tras paso, subieron la montaña. Ella llevaba la chicha y él llevaba un cuy. De tanto subir se les acabó la tierra sobre la cual subir. Se acuclillaron bajo el azul profundo de la noche incipiente, él encendió la fogata en donde asar al cuy y ella sirvió, delicadamente, la chicha. Allí, lejos de todo, cerca de ellos, entre la tierra y el cielo, cenaron su última cena. Miles de años después los arqueólogos abrían de encontrar dos momias, abrazadas frente a frente, mirándose en sus sonrisas eternas.

xiii.- El otoño boreal en los bosques del Estado de New York suele ser maravilloso, con todos los colores de las hojas variando desde un rojo casi escarlata hasta un café profundo. Cerros de bosques hasta el horizonte con sus hojas muertas cubriendo el suelo, descomponiéndose y dando el alimento a cientos de especies de hongos comestibles, desde girolles hasta los preciados cèpes de roble. Un paseo por el bosque con la princesa es la oportunidad perfecta para que el cocinero proceda a cosechar los cèpes más suculentos bajo los frondosos robles. Llegados a la cabaña en el bosque, mirando un pequeño lago, el cocinero limpia delicadamente los cèpes, los corta y hace saltar en abundante mantequilla demi-sel, a la cual agregará después crema y nuez muescada, logrando crear una excelente salsa para los tallarines al dente que preparó. En la terraza de la cabaña disfrutan ambos de esta última velada de paz y tranquilidad antes de sucumbir durante la noche a los terribles dolores del envenenamiento por callampas venenosas, poisonous, por un terrible error del cocinero, quien se equivocó en la cosecha, y murió de su propia mano bajo los gritos de dolor e insultos profanos de su princesa.

xiv.- Situada a muy pocos kilómetros del Cabo de San Vicente, en donde termina o se inicia Portugal, la Fortaleza de Sagres fue mandada construir por el Infante Don Henrique el Navegante, después de que su hermano el rey D. Pedro le donara todos los territorios y villas adyacentes a San Vicente y a Sagres. El cocinero, en un arrebato de romanticismo primitivo, frente a la austera fortaleza, acampó con la princesa en una de las playas adyacentes. Es invierno pero durante el día el agua del mar permite bañarse en esas olas que desde las costas de América llegan a morir en la viejas arenas de la ribera de Europa. Durante el día la princesa se baña desnuda en el mar frente al cocinero que, simplemente, la admira. Llegada la noche, el cocinero cubre a la princesa con un chaleco de lana beige, tejido a mano, que compró justamente en el pueblo vecino. Para no faltar a las tradiciones, el cocinero prepara un Bacalhau à Brás, acompañado de olivas negras y perejil. Cenaron frente al mar contándose cuentos inventados de caballeros y de princesas, pero la princesa muere atragantada por una espina del bacalao antes de que el cocinero pudiese hacerle una traqueotomía, que al no ser cirujano, falló cortando la tráquea de la princesa, que fallece en el acto desangrada y atragantada con una espina en Portugal frente al mar. El cocinero pasará las próximas dos décadas en la cárcel al no poder explicar el como le cortó el cuello a la princesa con un cuchillo de cocina.

xv.- El cocinero lleva a la princesa de viaje a la ciudad luz, París, siempre rodeada de frondosos bosques, y decide realizar la famosa ceremonia del déjeuner sur l'herbe, también conocido como picnic en inglés, siguiendo el rito de Manet, causando la princesa gran júbilo entre los espectadores. El cocinero saca unas botellas de bon rouge, pan, quesos, patés, todos franceses obviamente, y procede a repartir los dones de doña naturaleza. Pero, doña naturaleza incluyó a un lobo feroz en el bosque, el cual en una acción poco usual para su especie, confundió a la princesa con la abuelita de la caperucita y procedió a comersela cruda sin que ningún cazador pudiera rescatarla, puesto que no era temporada de caza. El pobre cocinero se consoló con las botellas de rouge.

xvi.- Chiloe es una maravillosa isla mojada al sur del mundo frente a la acuosa inmensidad del Pacífico. En el infinito espacio fractal de sus costas, istmos, islotes y canales, crecen felices de la vida miles de millones de almejas, desnudas tal cual como llegaron al mundo. Son unas almejas mágicas, absolutamente inútiles en su plácido pastar de plancton, cuya existencia de almeja, sólo es redimida por sus lenguas. Su cuerpo completo es una lengua. El existir de la almeja sólo se entiende a través de la dulzura de su lengua. Muchos millones de años llevan los filósofos almejas ponderando el ser, el vivir y el habitar de la almejitud, concluyendo generalmente que "El ser almeja es el habitar de la lengua en la concha". Claro está que otros filósofos almejas han llegado a concluir que, "Vean pues, las almejas cómo para ser almeja no basta con ser almeja", sin que nadie realmente entienda lo que quisieron decir. Nada de eso preocupa a la princesa y a su fiel escudero, perdón, cocinero, pues vacan por las rocas de Chiloe armados de sendos cuchillos de destripar almejas, algunos limones y varias botellas de Sauvignon Blanc, las cuales suelen ser un muy buen aporte a la hora de asesinar almejas. Felices bajo la sempiterna lluvia de Chiloe, ambos se instalan a ver el mar mientras ponderan las sutilezas de la inmortalidad de las almejas, los besos con lenguas de almejas y el delicioso fluir del vino blanco por sus gargantas. Así pasaron un homérico día de besos con lenguas de almejas, al Sauvignon Blanc. Llegada la noche, volvieron a la hostería en donde se hospedaban, mojados de pies a cabeza, felices como locos lindos. A los tres días la princesa habría de fallecer, feliz, de una neumonitis mal cuidada con dejo a beso de lengua de almeja.

xvii.- En alguna parte del desierto, el cocinero saca un par de pomelos grandes de su moral. Grapefruit habría de decir al respecto 小野洋子 (Yōko Ono) en 1964. Los corta con un buen cuchillo por la parte de arriba, sea cual sea, y los vacía en una fuente, en donde pica en trozos pequeños la jugosa carne de los pomelos, los mezcla con unos camarones crudos, agrega sal y una pizca de merkén, un gota de pisco y revuelve bien todo, antes de regresar la mezcla a los pomelos que habían quedado vacíos. La terre est bleue comme une orange había dicho Paul Éluard pensando en su Gala Éluard Dalí, pero es probable que en realidad fue Юрий Алексеевич Гагарин (Yuri Alekséyevich Gagarin) quien habría de decirlo en su primera órbita a la tierra cuando abandonó al movimiento surrealista por el gagaista cierto 12 de abril de 1961. La princesa sólo alcanzó a probar dos cucharadas del manjar antes de descubrir, muy a su pesar, que era alérgica a los camarones, y morir ahogada en los brazos de su fiel cocinero.

xviii.- El Kilimanjaro se alza imponente con su corona blanca en el margen oriental del Valle del Rift, al norte de Tanzania. Mítico volcán con sus tres cráteres cubiertos de nieves eternas, eternas como el amor, anacrónicas nieves en el abrumador calor africano. La princesa y el cocinero van subiendo el volcán por la ruta de Marungu, larga y penosa, pero fácil. En el camino encuentran a media montaña un bosque de guayabos silvestres, cargados de su fragante y dulce ofrenda. El cocinero cosecha algunas guayabas, abre unas hojas de plátano, también silvestres, y en ellas deposita las guayabas cortadas en rodajas formando un lecho sobre el cual deposita con ternura los filetes de barracuda jóvenes traídos de Zanzíbar. Unos granos de pimienta verde fresca cubren los filetes justo antes de quedar totalmente envueltos en las hojas de plátano. A fuego lento, sobre unas rocas de lava basáltica dispuestas en el brasero, se cocinan los barracudas. La cena de esa noche, cubierta de estrellas, acompañada por el ritmo de los ruidos de la savana, fue mágica. Ni la princesa ni el cocinero hablaron. Sólo se miraron mientras comían juntos con sus manos ese pescado tropical en su lecho ácido, dulce y picante. Con las primeras luces del día, cerca de las cinco de la mañana, un rinoceronte macho furioso atropelló la tienda de la princesa que murió pisada y aplastada antes siquiera de entender su destino.

xix.- Con nocturnidad y alevosía, la princesa y el cocinero abren una alcantarilla específica de una calle secreta del XIVème Arrondissement y bajan cuidadosamente, vestidos con botas de ule y ropa bien abrigada, con lámparas ceñidas a la frente y cargados con sendas mochilas, bajan sigilosamente los amantes. Lentamente progresan en el laberinto de túneles que es el subsuelo de París, penetran en las catacumbas por una entrada secreta, escondiéndose de los cataflics, pasan por la Rue de la Voie Verte, y siguen adentrándose en las entrañas de la bestia hasta que finalmente llegan a una pequeña cripta toda decorada con grafittis en latín. El cocinero saca de su mochila una pequeña cocinilla portátil a gas, la enciende, y en una sartén pone abundante aceite de oliva que deja calentarse. Procede a sacar unas dos docenas de Κεφτέδες (keftedes) que fríe bien mientras abre un par de botellas de Néméa, 2004, de la viña Semeli. Alumbrados por la cocinilla a gas y calentados por las keftedes y el vino, ambos se dejaron ir al mundo de los sueños imaginando, recordando, sus vidas en los antiguos tiempos... sin darse cuenta de que la pequeña cripta se llenó de monóxido de carbono, muriendo ambos infelices en sus sueños de una vida feliz. Más de cuatro años habrían de pasar antes de que alguien, que buscaba a otra pareja de amantes perdidos, los encontrara aún abrazados en sus sueños felices... que toda vida es sueño, y los sueños, sueños son.

(Podría seguir así por un buen rato.... algo así como las 69 maneras de cocinar para una princesa muerta...)

(Me dio hambre y me voy a comer algo...)

(Al final, fue en la cocina de la princesa en donde todo pasó.)

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